el mismo cuento con distinto antifaz

Como si no hubiesen versiones de El Zorro en libros, en cine, en tv, animación y en comic ya nos llegó lo que nos faltaba: una telenovela. Debería hacer una sección aquí que se llame la esquina caliente o mejor, quemada e incluir estas cosas churriguerescas.

Esta vez se trata pues de un guión tipo Frankenstein. Refiriéndome al mounstruoso remiendo de varias historias y no precisamente por el engendro del Prometeo de la obra gótica de Mary Shelley. El corazón de este mounstruo telemundiano como toda digna telenovela es el popular cuento de la Cenicienta. Otra hermosa doncella en espera de su príncipe azul de lunes a viernes en horario estelar. Reafirma esto el tener una media hermana que le hace la vida a cuadros pero con la pequeña diferencia de que no es fea, cosa que facilita enredarla con alguno que ande suelto y justificar algunas escenas calentorras que nunca sobran. Y aunque en esta neocenicienta, que de neo no tiene nada pero suena bien, no hay malvada madrastra está Arturo Peniche que es lo suficientemente terrible. Aunque he de aceptar que no sé por qué en este papel de tuerto malvado, y el anterior de niño-marido impotente en Alborada me parece que actúa muchísimo mejor que de galán. Solamente hay que echar memoria hacia los 80s e infartar con la moda de zarcillos plásticos, los colores rimbombantes, Verónica Castro sin cirugía y sus besos con Leticia Calderón (con Peniche, por supuesto).

La faz de este injerto obviamente es el personaje del Zorro de las novelas de Johnston McCulley que datan de los 40s o bien en el Robin Hood mexicano Joaquín Murrieta cualquiera que sea da igual pues es sólo el esqueleto. Las piernas de este asunto, lo que siempre mueve las telenovelas son las mujeres. Ya no basta con que la chica por venganza se case con el aborregado eterno enamorado, ahora nuestras protagonistas son algo más espabiladas, eso sí siempre vírgenes, hay cánones que no se tocan porque el cura infarta el domingo en el confesionario.

En este caso la protagonista, Esmeralda (cualquier parecido con El Jorobado de Notre-Dame es pura coincidencia) es una gitana, (repito es coincidencia) y desconoce, hasta hoy, que su madre existe, encerrada en un calabozo con una máscara de hierro. (¿Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas? ¿Casualidad? No, ¡Serendipias! ¡Ay Víctor Hugo qué incómoda se te hará la caja para retorcerte!).

En conclusión aquí, cómo en todas las otras, salvo por la cuidada fotografía, algo de dirección y producción que supone un fuerte incremento en el costo por el uso de grúas y numerosas locaciones exteriores, todo es igual. Los mismos diálogos, la misma estructura, las mismas sobreactuaciones, el mismo dramatismo.

A todas las telenovelas como decían en mi beibolístico pueblo se le ve la costura y aún así permanecen, crece la industria, sobrevive y es igual o más popular cada vez. Muchos nos preguntamos qué tiene de atractivo un culebrón predecible. No solamente sabemos que la memoria es corta sino que la mayoría de la gente por cansancio, pereza, y/o pobreza no se sientan a leer a Dumas o a Hugo aunque sí reconocen lo repetitivo y ello representa, más que un molestoso o insultante hecho, una zona cómoda como resulta el viejo sillón que nso espera en casa al final de una larga jornada.

¿Qué sería de las abuelitas que desde mozas y durante décadas se han identificado con la misma Cenicienta del horario estelar aunque tenga un rostro distinto? ¿Y la dinámica de familia ahora que no se cena juntos en la mesa? ¿Y el chisme con la vecina, sobre qué será cuando no haya en el barrio a quien deshollar? A veces pienso que las telenovelas son un mal necesario o al menos insustituible. Es como si hubiese un contrato social con la caja, permitimos que ella nos cuente mentiras para entretenernos a cambio de nuestra absoluta atención falta de criterio. Algo así como lo que diría la escritora norteamericana Bernice Buresh: "La televisión puede darnos muchas cosas, salvo tiempo para pensar."

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